lunes, 22 de noviembre de 2010

Wagensberg

Jorge Wagensberg: “La ciencia también cuenta historias”

Dirige una de las colecciones de libros científicos más prestigiosas en castellano y dice que el lugar clave de un instituto de investigación “es y debe ser la cafetería”, porque allí se intercambian ideas.

Por FEDERICO KUSKO - cultura@clarin.com

En la habitación 1011 del hotel Castelar de Avenida de Mayo, se aloja un físico que ama las letras y los museos tanto como a los números. La devoción del español Jorge Wagensberg es tal que hace 27 años dirige la colección Metatemas de Tusquets, la misma que año tras año se disputa con la colección Drakontos (Crítica) el título de la colección más importante de libros de ciencia en habla hispana.

“Fue curioso cómo surgió” –hace memoria el catalán, de paso por Buenos Aires, donde dio una charla en el Seminario de Periodismo Científico organizado por la OEA y el Ministerio de Ciencia–: “En su fiesta de cumpleaños de 1983, Beatriz de Moura, la fundadora de la editorial, me preguntó entre copa y copa qué era la entropía. Y, de repente, cuando se lo explicaba en la cocina, me vi rodeado por seis o siete personas que me escuchaban atentamente. ‘¿Por qué no ampliar el círculo de nuestras amistades con una colección?’, pensamos. Y así publicamos ¿Qué es la vida? de Erwin Schrödinger, uno de lo fundadores de la física cuántica a principios del siglo XX y para mí uno de los grandes divulgadores de la ciencia”.

Desde entonces, Metatemas –reconocida por el Alef, el símbolo de los números transinfinitos de Cantor– y el físico español no paran. De hecho, Wagensberg aprovecha su lugar de director para colar entre los 115 títulos que ya tiene la colección, sus reflexiones, aforismos y pensamientos más profundos. Así lo hizo con Ideas sobre la complejidad del mundo, La rebelión de las formas, El gozo intelectual y, entre otros, el pronto a publicarse por estas latitudes, Las raíces triviales de lo fundamental, libros en los que Wagensberg contagia el virus de la curiosidad y se asoma a las fronteras que más que separar unen a las ciencias y al arte.

¿Costó mantenerse todos estos años en el mercado editorial?

Esa fue la sorpresa: la verdad que no. Es un gran error pensar que no hay personas interesadas en las ciencias y las reflexiones de los científicos. Hay muchos mitos, como ese de que cuantas más fórmulas un autor ponga en un libro menos lectores tiene. El libro más vendido en Metatemas es Gödel, Escher, Bach, de Douglas R. Hofstadter que está repleto de ecuaciones. Metatemas es sobre todo una colección de ideas en la que científicos proponen puntos de vista de sus disciplinas para ser usados en otros campos. Es la condición de la interdisciplinariedad tan propia de nuestros días. Y a la vez, es una colección bastante personal: publico lo que me parece interesante. Nuestros principales lectores son sociólogos, arquitectos, biólogos, físicos, es una gran coctelera.

Pero no es sólo una colección de divulgación de científicos para científicos.

No, claro. Es accesible a todo el mundo, como debería ser la ciencia. En eso yo hago una distinción: hay una diferencia entre divulgar y vulgarizar. Divulgar es comunicar la ciencia y vulgarizar consiste en sacrificar el fundamento de un conocimiento para hacerlo comprensible. Yo soy de la idea de que no hace falta extraer rigor para explicar algo.

¿Le sorprenden ciertos vestigios de irracionalidad en las sociedades?

La verdad que no. Que se siga hablando con tanta liviandad en los medios de “milagros” podría considerarse algo atávico. La religión es una manera de controlar la incertidumbre. La ciencia no puede ni demostrar la existencia o la inexistencia de dios. Lo raro en el caso de los mineros chilenos rescatados, en el que los medios hablaron tanto de milagros, es que nadie se haya preguntado por qué dios los puso en primer lugar en esa situación. Más que un milagro su rescate fue una hazaña de la ingeniería.

Usted afirma que las ciencias y la literatura tienen más puntos en común de los que los escritores y los científicos suponen. ¿A qué se refiere?

La ciencia y la literatura son dos maneras diferentes de comprender la realidad. Ambas narran historias. Como el escritor, el científico es un creador. La diferencia está en que la ciencia es una forma de conocimiento que se elabora con la menor ideología posible. La literatura, en cambio, es la forma de conocimiento que más ideología permite. La ciencia intenta barrer de sus contenidos todo lo que huele a creencia, sentimiento y emoción. La ciencia expulsa el yo del creador científico para conseguir la máxima universalidad del conocimiento.

Los científicos no publican sus emociones en sus artículos o papers.

Para desgracia de los historiadores de la ciencia, no. En la mecánica clásica escrita por Newton o en la teoría de la relatividad de Einstein no quedan rastros de las complejas personalidades de los autores. Hay que buscarlas en las cartas. O sea, la ciencia trata de eliminar al narrador, sacrifica al científico; no asoma su nariz entre las leyes y ecuaciones fundamentales de la naturaleza. Por eso, el científico es un creador marginado. La literatura, en cambio, pone al narrador por delante de todo. Lo que digo es que se puede comprender la ciencia desde la literatura y la literatura desde la ciencia. Hay una frontera común. Ambas esferas tienen la capacidad de fecundación mutua. La literatura permite entrar en territorios vedados a la ciencia.

Los matemáticos no se cansan de leer a Borges y los neurocientíficos últimamente reivindican a Proust por su exploración pionera de la memoria y los recuerdos disparados por una madalena.

Eso expone la buena relación que hay entre ciencia y arte. La grandeza de la ciencia está en que puede comprender sin la necesidad de intuir. Nadie intuye la física cuántica porque no se ven directamente los átomos y no hay observadores cuánticos y nadie intuye la relatividad por que no corremos a la velocidad de la luz. En cambio, el arte es al revés: su grandeza está en que puede intuir sin necesidad de comprender. Así, los científicos dan comprensión a los artistas y los artistas dan intuición a los científicos. Dalí, por ejemplo, anticipó los fractales y la cuarta dimensión.

Otro caso es el del escritor Arthur C. Clarke que anticipó la red de satélites.

Exacto. Ciencia y literatura, además, provocan y alimentan el gozo intelectual es decir, aquel gozo ocurre en el momento exacto en el que uno empieza a comprender. El “eureka” de Arquímedes, el “cogito ergo sum” de Descartes, el “¡gotcha!” de Martin Gardner. El gozo intelectual es lo que provoca adicción al conocimiento. Es lo que los científicos, divulgadores y maestros deberían transmitir más que cualquier cosa. Un científico nunca está seguro de si está comprendiendo o cree estar comprendiendo. En cambio, sí distingue cuando está gozando y cuando cree que se está gozando. Un día le pregunté al físico estadounidense Leon Lederman si había sentido este tipo de gozo en sus investigaciones y me contestó: “¡Es mejor que el sexo!”.

O sea, reintroduce el principio de placer. ¿Cómo es ese gozo? ¿Qué se siente?

Son tres. El gozo por estímulo, el gozo por comprender algo nuevo y gozo por la conversación. Un buen profesor es un buen estimulador y los seres humanos estamos hechos para gozar cuando nos estimulan. El científico goza cuando encuentra una contradicción. Es un error de la enseñanza esconder las contradicciones y castigar el error. En ciencias, el error no es una vergüenza sino la herramienta fundamental. Un científico se equivoca todo el día. Es la manera que tiene de avanzar para comprender la realidad.

¿Y el gozo por conversación?

Es un ciclo virtuoso. Conversar en ciencia es observar la naturaleza, conversar con los colegas, reflexionar con uno mismo. Uno de los lugares más importante de los institutos científicos es y debe ser la cafetería. Un científico que no converse con otro científico está perdido. El intercambio de ideas es estimulante. En la escuela se conversa poco. El profesor prefiere que el niño esté callado. Los diarios, los museos, los libros deben estar orientados a crear conversación. Uno saca algo de una película cuando sale del cine y conversa de lo que ha visto con los amigos. El éxito de un museo se mide por los “kilos de conversación” y no por el número de visitantes.

A los dueños de cafeterías les debe gustar lo que está diciendo.

Mire: los momentos más creativos de la humanidad han sido aquellos en los que se dieron las condiciones y los espacios para conversar, comprender, estimular. Por ejemplo, la Florencia del Renacimiento. En la Piazza della Signoria del siglo XVII Galileo inventó la ciencia. Allí grandes genios se cruzaron: Miguel Angel, Leonardo Da Vinci, Botticelli, Maquiavelo. Ese es el secreto: espacios que aumenten la conversación y el estímulo, que la gente se vea y converse. Otro caso es de la Viena de 1920. Con la conversación uno aprende a mirar de otra manera y hacerse preguntas. Mire lo que pasó con Internet: aumentó la masa de la conversación a nivel global. Y eso obliga a comportarse de otra manera y a desarrollar nuevas aptitudes: por ejemplo, la de distinguir lo bueno de lo malo.

Usted creó y dirigió entre 1991 y 2005 el Museo de la Ciencia de la Fundación “la Caixa” de Barcelona. ¿Qué hace a los museos tan especiales?

Un libro, una película, una conferencia no dejan de ser representaciones de la realidad. El museo es la realidad misma. Me apasiona construir museos nuevos. Acá voy a ayudar con uno en el Centro Atómico de Bariloche. Un museo bien hecho te pone al instante en conversación con la realidad. Es complementario a los libros. El museo provoca adicción al conocimiento. Y yo me considero un adicto.

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/tecnologia-comunicacion/Jorge_Wagensberg_0_374962752.html

sábado, 13 de noviembre de 2010

PAGINA

DISCRIMINACION

“La discriminación nos puede generar una base que es el pretexto para que en alguna coyuntura genere un grupo enemigo, un grupo al que se le pueda imputar la causa de todos los males, imputarle delitos, los más aberrantes que se puedan. No hay que criminalizar a un grupo y no hay que estereotipar. La discriminación del siglo XXI en la Argentina es la criminalización de los adolescentes de barrios precarios.”
(De Eugenio Zaffaroni, en la Asamblea de la Coalición Latinoamericana de Ciudades contra el Racismo y la Discriminación en el municipio de Morón, en la que expusieron también Martín Sabbatella y el intendente Lucas Ghi.)




miércoles, 3 de noviembre de 2010

SASTURAIN/SBARAGLIA





El impresentable



Por Juan Sasturain

Hablo/escribo con la impunidad que da la noche demorada del día del censo y el silencio masticado de muchas horas sin querer hablar en caliente de lo que (nos) pasó ayer. No conocí a Kirchner: lo voté y lo iba a volver a votar si se presentaba el año que viene. Me parece que era –con todas las diferencias e incomodidades que uno, que no está en la política, tiene– lo mejor para el país real, el país de las opciones concretas. Así que, con permiso y todo el dolorido respeto, voy a ser incorrecto. Sincero, quiero decir.

Me acuerdo del primer chiste malévolo que escuché sobre Kirchner, cuando crecía, antes de ser presidente y ya se asomaba Cristina a su lado: “¿Sabés cómo le dicen a Kirchner? Ciervo embalsamado. Porque es cornudo y con un ojo de vidrio”. No sé si este chiste basura es conocido, si circuló. Supongo que sí. Resulta ejemplar para recortar ideología y estatura moral de quienes lo pergeñaron. Imperfecta, como todas las falsas atribuciones de apodo sustentadas en comparaciones de ese tipo, la referencia tenía la perversa eficacia de trabajar sobre el sentido común machista de la mina vistosa e inteligente al lado de un flaco feo –virola, para colmo– y con una pinta de loser que mataba. Un sujeto que era –marketineramente, digamos, perdonando la palabra– absolutamente impresentable. Y lo notable, ejemplar, festejable hasta hoy incluso, con la lástima y el dolor al día, es que ese supuesto impresentable y la mina que lo acompañaba los abrocharon. Largamente. Y cómo.

Me acuerdo cuando los radicales le arreglaron hace (¿veinte?) años los dientes al pobre Casella para una elección que perdió; me acuerdo –en los noventa– de los afeites, el gato ineficaz y la avispa del Turco perverso. La moraleja es tan obvia que da hasta pudor explicitarla: saludablemente, acá todavía no siempre gana el marketing. Ni los medios. Me acuerdo, hace unas semanas nomás, de Kirchner metido en la pilcha de El Eternauta en los afiches callejeros después de zafar de una anterior a ésta en que no zafó. Qué bárbaro... Narigón irremediable como el mismísimo Oesterheld, que también ha sido enfundado en su momento por Solano en el traje de Juan Salvo, el Néstor (o lo que generaba en la gente joven su liderazgo) primereaba una vez más a la lentejísima oposición y se apropiaba con toda justicia de un ícono ejemplar del siglo.

Vuelvo ahora a lo que fue la previa a las elecciones de 2003, con el padrino Duhalde buscando quien agarrara la candidatura, con Lole & Co. (una vez más) sacándoles el cuerpo a las responsabilidades, con un país en la lona y sin futuro, una papa caliente sin nada que ordeñar... El impresentable debe haber sido el tercero en la lista de los posibles contrincantes del Turco con la misma devaluada camiseta. Y allá fue. A propósito: ¿Alguien se acuerda de que Menem ganó, fue primera minoría con casi un cuarto de los votos en esa elección a la que renunció a la hora del ballottage? Memoria, plis: este flaco muerto todavía tibio arrimó apenas algo más del veinte por ciento de los votos –segundo, cómodo–, con el nefasto abanico de López Murphy, Rodríguez Saá y Carrió detrás, todos parejitos. Con ese capital electoral miserable –el ilegítimo Illia, cuarenta años antes, juntó lo mismo que el Turco, pero no había segunda vuelta entonces–, con ese misérrimo porcentaje, digo, que además “era-de-Duhalde”, construyó a contrapelo de expectativas y pronósticos agoreros de ser un dócil Chirolita, su propio proyecto político, que es lo más parecido a lo que veníamos esperando desde el regreso a la democracia. Y lo hizo desde la carencia, pero con una vocación de poder y capacidad de construir que hoy, los alcahuetes y/o los cínicos enemigos del proyecto que encarnó y encarna, atribuyen (ecuánimemente) a sus respetables cualidades de “animal político”.

Y es cierto. Pero Kirchner no sólo ha sabido hacer política mejor que los otros en esos términos pragmáticos (acumular fuerzas, aislar al adversario, pegar primero, tomar siempre la iniciativa), sino que la ha hecho con una dirección y un sentido genuinos, porque siempre sentimos, incluso cuando no lo acompañamos, que creía en la política –no como los economistas tecnócratas del liberalismo o los empresarios colados, que sólo creen en la lógica de la empresa o los números de los balances–, que creía en y hacía política como instrumento de cambio, como medio de acceder al gobierno para poder modificar las relaciones con el poder fáctico, y no para servirlo.

Pero yo no quería hablar de eso. Quería hablar de su magnífica condición impresentable. Y terminar con tres rasgos que cualquier imbécil asesor de imagen o de verso equivalente despreciaría: las biromes berretas con que firmaba decretos y rubricaba acuerdos; el traje cruzado fuera de moda y oportunidad, siempre; la tendencia –memorable, desde el primer día, a la salida del Congreso– a zambullirse entre la gente, sacado, regalado.

La verdad, digan lo que digan, Kirchner ha sido un regalo. Generoso, cursi, incómodo, como un velero hecho de caracoles de mar puesto sobre la repisa de la patria. Uno piensa que es para tirar y resulta imprescindible, verdadero, necesario.

Lo vamos a extrañar.


http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-155882-2010-10-29.html



Una tristeza nueva


Por Leonardo Sbaraglia *

Hay muchas tristezas argentinas, que me han tocado vivir en España. En 2001, cuando el país se desplomó, estaba en Madrid, ya trabajando allí. Intentando alejarme de una Argentina que poco me gustaba hace años.

Seguía por España cuando K asumió como presidente. No viví durante el peronismo de Perón, lo estudié bastante y bastante creo entenderlo ahora. Se ha dicho de todo al respecto, por derecha y por izquierda. Y extrañamente, K, en ese cóctel, tenía algo muy parecido a un presidente humano.

El primer presidente que recuerdo bien (después de la pesadilla videla, viola, galtieri, no se merecen mayúsculas) fue Alfonsín, que era radical. Empecé a aprender lo que era la democracia y también lo viví de cerca: mientras trabajaba en La Noche de los Lápices, supe lo difícil que le fue negociar con el poder de los militares y los grupos económicos que los seguían manejando. Por eso, los extraordinarios logros del Juicio a las Juntas se vieron opacados por la ley de Punto Final; como parte de esa negociación. menem, o méndez, terminó de asentar esa absurda “reconciliación nacional” con balza al frente y los supuestos militares “buenísimos”. Torturadores y todo el engranaje feroz, los perros de caza de la dictadura estaban caminando entre nosotros, con la ley, que ahora, otra vez, los amparaba.

méndez siguió. Negociando con lo peor del sistema, el que deja afuera a casi todos. Lo veíamos aparecer exitista, canchero y triunfador... eso que más me de-sagrada de nuestra argentina identidad. El país se vendió casi todo, a bajo precio y con altas propinas para sus vendedores. “Primer Mundo” sostenido con veneno y mentiras millonarias.

Con la continuación de De la Rúa, el país colapsó a fines de 2001, cuando a la Argentina le bajaron las acciones para seguir vendiéndola barata. En 2003, después de varios presidentes en pocos años, K compitió con menem y fue declarado presidente de los argentinos. Era el peronismo DE MENDEZ, neoliberal, contra algo que no sabíamos bien qué era.

Pero K se parecía a algo más cercano a uno. Porque en su primer discurso como presidente, en Argentina lloraban de emoción y yo en España también lloraba de alegría, por esas palabras tan humanas que se hicieron carne política en los años que siguieron.

Todavía estaba el cuadro con la foto de videla en la puta esma. K lo quitó de ahí. Museo de la Memoria, lo bautizaron. Sonriente: cuando alguien ríe en esas circunstancias, parece que no tiene miedo... y ya no había miedo. El pingüino le hacía frente al León. Y no sólo fue un símbolo necesario, un gesto histórico. Sino que también fue para nosotros, los que nos habíamos mal educado en la dictadura, lo concreto de empezar a saber más. Porque su política de derechos humanos fue perfecta.

Y nosotros seguíamos aprendiendo, de los 30 mil muertos, con los que no pudimos hablar. K parecía entonces como uno de esos 30 mil. Parecía que no tenía miedo. Después de eso rajó a la policía, que todavía era cómplice de la tortura, derogó las leyes de punto final y obediencia debida. Y ahí se ganó el respeto de millones, como dijo Mempo Giardinelli en estas páginas.

La recuperación económica, ocho por ciento anual. El campo, las exportaciones, el turismo. Los científicos emigrados empezaron a volver, porque se empezó a invertir en investigación. En educación. En cultura. Repartiendo por primera vez en años las riquezas desde arriba hacia los de abajo, y así la inclusión de otros millones y así el mejor momento económico argentino en décadas, reflejado incluso en el pago histórico de parte importante de la deuda externa.

Y eso es más humano. Quien diga lo contrario es porque simplemente tiene otros negocios. Negocios que les parecen más importantes que un mundo más humano y que se reflejan en lo que está ocurriendo en el sistema económico actual, lleno de desigualdad.

La noticia me encontró en España, otra vez. Murió Néstor K, me dijeron. Y volví a llorar, pero ahora con una tristeza nueva. Tristeza que va más allá de lo que tenemos justo al lado, por razones históricas familiares. Era una tristeza de lo que uno forma parte con otros. Una tristeza con ganas de luchar. Por seguir apostando a un país posible y a cosas positivas, que uno va a seguir apoyando porque son buenas para todos.

Llegué a Buenos Aires, amaneciendo con los millones de personas despidiendo sus restos.

La mayoría son jóvenes.

Fuerza, Cristina. Y fuerza a esos millones.

* Actor.


http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-155978-2010-10-30.html