
sábado, 22 de diciembre de 2012
Sumo
sábado, 8 de diciembre de 2012
domingo, 28 de octubre de 2012
Pimpurro -20
sábado, 27 de octubre de 2012
Kondorito
miércoles, 17 de octubre de 2012
participación ciudadana
viernes, 12 de octubre de 2012
viernes, 5 de octubre de 2012
Crosstown traficc
viernes, 28 de septiembre de 2012
¿El medio pelo en la calle?
* Director de la Biblioteca Nacional. Miembro de Carta Abierta.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
TANGO ELECTRONICO
lunes, 10 de septiembre de 2012
Allende
martes, 4 de septiembre de 2012
lunes, 6 de agosto de 2012
HOY
Los dos pilotos de Hiroshima
Por José Pablo Feinmann
En 1956, el filósofo vienés Günther Anders inicia una correspondencia con el piloto arrepentido, loco, definitivamente extraviado, de Hiroshima. Porque hay otro: sólido, impasible, que disfruta los frutos de un triunfo de la patria, la destrucción como ofrenda extrema entregada a la nación y a sus habitantes. Nos ocuparemos del primero. Del pobre loco. Aunque no dejaremos de mencionar el ejemplo que ha dejado al mundo el otro: el que fue capaz de asumir un genocidio como la más brillante de todas sus medallas, como el más destellante presente que podía un soldado ofrecer, primero, a su Ejército, y segundo en paralelo, a su nación y a sus habitantes. Qué tanto, ¡había que ganar esa guerra!
Günther Anders era un hombre de origen judío, había luchado en la Primera Guerra Mundial, había sido discípulo de Husserl y Heidegger, compañero de estudios de Hannah Arendt y se casa con ella en 1929. Los dos huyen de Alemania. Se divorcian en 1936. Tal vez los uniera más el espanto que el amor (por citar una frase trillada). Luego de la guerra se consagra al estudio de las partes más oscuras del ente antropológico. De su visita a Auschwitz deja el siguiente, estremecedor testimonio: “Si se me pregunta en qué día me avergoncé absolutamente, responderé: en esta tarde de verano cuando en Auschwitz estuve ante los montones de anteojos, de zapatos, de dentaduras postizas, de manojos de cabellos humanos, de maletas sin dueño. Porque allí tendrían que haber estado también mis anteojos, mis dientes, mis zapatos, mi maleta. Y me sentí –ya que no había sido un preso en Auschwitz porque me había salvado por casualidad– sí, me sentí un desertor”. De ahí en más desarrolla en sus textos temas ligados al tecnocapitalismo en la senda que su maestro Heidegger había marcado. Pero sin las marcas nacionalsocialistas que hieren el pensamiento del Rector Friburgo. En 1983, le otorgan el Premio Theodor Adorno, cuya importancia se conoce: no hay otro más alto en Alemania. Quien le entrega el Premio (un hombre que no acuerda con sus ideas, pero así es la democracia), dice: “Honramos aquí al filósofo Günther Anders porque él nos contradice, nos advierte constantemente, nos sacude”. Anders responde: “Soy sólo un conservador ontológico. Que trata de que el mundo se conserve para poder modificarlo”.
Claude Eatherly es uno de los pilotos que han dejado caer una de las bombas sobre Hiroshima. Vio el resplandor diabólico o místico, cuasi divino, bajo sus ojos. Cuando aterrizó, secamente le dijeron: “Mataste 200.000 personas en cinco minutos”. Nadie le había dicho eso... Eatherly no lo puede tolerar. Enloquece. Truman, en lugar de un héroe, recibe a un loco, lleno de cargas intolerables, herido por la culpa, por la autoflagelación. Lo meten en un loquero del Pentágono. Pasa ahí seis años. Queda libre. Pero para andar a la deriva. Llevando su tragedia de un lado a otro. Por fin, en Nueva Orleáns se empacha de barbitúricos buscando morir, pero lo salvan. El otro piloto es el coronel Thibbets. Es el que asume ser un héroe de guerra: “No siento ningún arrepentimiento. Soy un soldado y me dieron una orden. Cuando un soldado recibe una orden, la cumple. Si mueren 200.000 personas yo no tengo la culpa. No lo decidí y lo ignoraba”. Eatherly es culpable de, en lugar de ser un héroe, en lugar de hacerles sentir a los norteamericanos y al Ejército que ganaron esa guerra heroicamente, de angustiarse, sufrir y volverse loco. No puede vivir jamás tranquilo. ¿Cómo perdonarle eso? Entonces, ¿qué nos dice el loco de Eatherly? ¿Que todos debemos hacer eso? ¿Volvernos locos? ¡Qué locura!
Hasta que Günther Anders, el 3 de junio de 1959, le envía a Eatherly su primera carta: “El que escribe estas líneas es para usted un desconocido. Para nosotros, en cambio, para mis amigos y para mí, usted es una persona conocida. Seguimos con el corazón en un puño sus esfuerzos por salir de su desgracia (...) Como cada año, el próximo 6 de agosto la población de Hiroshima conmemora el día en que sucedió ‘aquello’. Usted podría enviar a esas personas un mensaje adecuado para tal conmemoración. Si se dirigiese a esas personas como ser humano diciéndoles: ‘En aquel momento yo no sabía lo que hacía, pero ahora sí lo sé. Y sé que jamás ha de repetirse algo similar’ (...) Lo que sería de justicia, puesto que también usted Eatherly, es una víctima de Hiroshima. Y puede que esto también fuese para usted, si no un consuelo, sí al menos un motivo de alegría. Con la expresión del afecto que siento hacia cada una de esas víctimas, le mando mis saludos”. Se entrecruzaron más de sesenta cartas de inevitable lectura.
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-180728-2011-11-07.html
sábado, 4 de agosto de 2012
Vamo los redo¡¡
viernes, 27 de julio de 2012
Listen and repeat
sábado, 21 de julio de 2012
RAMADAN
viernes, 20 de julio de 2012
miércoles, 4 de julio de 2012
Higgs
miércoles, 20 de junio de 2012
50
Mort Cinder, un inmortal cumple años
Por Juan Sasturain
Después, a fines de los sesenta, como hechos aislados, producirían juntos la Vida del Che y la segunda versión (inconclusa) de El Eternauta original, en ambos casos con la presencia activa del joven Enrique Breccia de ladero. Pero ya eran otros tiempos: la consagración crítica y académica –artículo luminoso de Oscar Masotta en la efímera revista LD (literatura dibujada) y la muestra en el Instituto Di Tella durante la Bienal Internacional de la Historieta de 1968– coincidía para Breccia con el inicio de un período que se prolongaría a lo largo de los siguientes veinte años, en que produciría sobre todo sus nuevas obras maestras para el mercado europeo; Oesterheld, a su vez, se entregaría a la militancia revolucionaria que lo convertiría en una víctima más de los años de plomo.
Mort Cinder –que el lector puede encontrar, por suerte, en ediciones argentinas de Colihue o de la popular colección de historietas que sacó Clarín hace unos años– es una obra maestra de transición, una genialidad incomparable. No vale la pena contarla aquí, hay que leerla. Sólo quiero recoger un testimonio.
Tuve la suerte o el privilegio, hace ya muchos años, de sentarme a lo largo de varias tardes de invierno a grabar los recuerdos de Alberto Breccia. Les transcribo algunos párrafos relativos a la historieta a la que hoy le festejamos el cincuentenario. Yo pregunto y el Viejo Breccia contesta:
–Estabas en uno de esos momentos de transición, al desvincularte de Quinterno y con Frontera prácticamente desaparecida. Antes de que salga la nueva etapa de Misterix, ¿qué hacías?
–Changuitas, alguna tapita para Códex, laburos minúsculos. Pero después me llama Romay, para hacer una aventura con Héctor en Misterix. Que va a ser Mort Cinder...
–¿Cómo es el contacto entre ustedes?
–Me llama Romay y nos reunimos. Héctor me manda con el suegro un primer esbozo de argumento y yo le dije que no, que mejor nos reuníamos y lo charlábamos. Y empezamos a reunirnos en El Palacio de las Papas Fritas, en Corrientes, y ahí comenzamos a bosquejar la historieta. Yo estaba enloquecido con el argumento y empecé a buscarle la cara a Mort Cinder. Pero no había caso.
–Te gustaba la historia.
–¡Sí! Pero no le encontraba la cara a él. Entonces le pedí a Héctor que demorara la aparición de Mort Cinder varias semanas, que una vez que yo me metiera en la historieta iba a salir solo. Y así fue, cuando salió del sepulcro, salió solo Mort Cinder.
–Claro, vos me lo contaste alguna vez. Terminó teniendo la cara de Horacio Lalia, que trabajaba con vos entonces.
–Sí, más o menos. Son rostros, como en el caso de Sherlock Time, de los que yo llamo cara de lata, la propia del héroe... Tienen rasgos más simples, no tan cargados como los de los secundarios.
–Mort Cinder de algún modo empieza sin él, con el anticuario solo, en el unitario del amuleto egipcio que termina con la cara de Ezra mirando a cámara y diciendo: “¿Está el pasado tan muerto como pensamos?”.
–Lo hicimos para un número extra que yo dibujé la tapa.
–Eso me lo mostraste. ¿Cómo era ese proyecto de la segunda época de Misterix? ¿Había plata ahí?
–Quién financiaba el proyecto, no lo sé. Pero era poca plata.
–A vos te gustaba mucho lo que estabas haciendo...
–Sí, mucho. Lo hacía con un cariño.
–Y esos originales te los llevabas de la editorial y te los traías a casa.
–Sí, sí. Esos los recuperaba.
–Inmediatamente.
–De inmediato. Ahí los llevaba yo y los traía yo. Porque además no había nadie acá... No, estaba Lalia, claro. Pero iba yo. Me acuerdo que en algún momento hicimos una reunión acá y surgió la idea de que uno fuera a Europa a vender el material que se producía. Creo que me habían propuesto a mí y yo les dije que no, porque mi mujer ya estaba enferma. Yo después me enteré de que Mort Cinder no gustaba en Europa, no interesaba. Se vendían otras historias. Pero todo eso era muy, muy...
–Vendían, por ejemplo, el laburo de Del Castillo. Garret, esas cosas de Arturo, de cowboys...
–Sí, y Mort Cinder no andaba. Pero todo eso te lo digo pero no te lo puedo asegurar, porque eran versiones. Era todo muy confuso. Acá, toda la parte de historietas hasta determinada época era una confusión, una de afanos y de mentiras...
–Y ahí aparece Pratt también. Porque Hugo en un momento dado se hace cargo de Misterix antes de volverse definitivamente en el ’64.
–No sé. Pero sé que él se lleva las cosas a Génova, va a trabajar y publicar con Ivaldi.
–¿Y ustedes?
–Héctor, en medio de Las Termópilas, suspende el Mort Cinder durante meses. Porque no había cobrado.
–En este caso él no tenía nada que ver con la empresa. Era empleado, como vos.
–Cobraba muy poca guita, como yo cobraba muy poca guita.
–En comparación con lo que habías ganado antes...
–No era nada. Prácticamente nada. Entonces yo, para ver si conseguía interesarlo a Héctor, me invento toda una mentira de que la King Feataures estaba interesada, porque yo me comuniqué con la King Features, realmente. Hablé con el que era el presidente de los corresponsales extranjeros y él la mandó a los EE.UU. Y entonces con esa carta le dije a Héctor que podía colocarse en los EE.UU. (era falso, porque no les había interesado) y que por favor me terminara Las Termópilas. Me la terminó; si no, hubiese quedado inconclusa.
–Y ahí terminó.
–Y ahí se cortó Mort Cinder, Héctor no quiso seguirla. Posteriormente, años después, me dio un hermosísimo argumento...
–Diligencia de Cuchillo.
–Exactamente. Que después se lo vendió a otra persona.
–Si un día lo encontramos –porque seguro que debe andar por ahí entre los papeles de Héctor– sería lindo que lo hicieras.
–Era un hermosísimo argumento. Pero, bueno, ahí se terminó...
Tal cual el recuerdo. Ustedes, lectores, saben que Oesterheld desapareció en el ‘77 y que el viejo Breccia murió en el ‘93, unos cinco o seis años después de esta charla que acabo de transcribir.
Pero Mort Cinder sigue ahí.
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-196636-2012-06-18.html