domingo, 31 de octubre de 2010

Verbitsky/Russo

Néstor y Cristina


Por Horacio Verbitsky

Hacía muchos años que no se veía a tanta gente sollozar de pesadumbre, ante una noticia insoportable, que solapa la esfera pública con la vida privada de cada uno, porque nadie ignora las consecuencias sobre su cotidianidad que puede tener la desaparición de Néstor Kirchner, responsable junto con su esposa CFK de los mejores gobiernos que tuvo la Argentina desde 1955.

En cuanto le abrieron la puerta, una joven censista embarazada se perdió en los brazos de la mujer mayor que la recibió y ambas gimieron abrazadas, sin palabras. En medio del cuestionario, otro censista preguntó a qué hora sería la concentración en la Plaza de Mayo. Por la tristeza que percibió, supo que no necesitaba reprimir sus sentimientos y lloró como un niño. Conmovido por la muerte, también estaba pasmado por los festejos con que lo habían recibido en algunos departamentos que censó. En algún barrio porteño hubo incluso descorches, banderitas y bocinazos, remake del siniestro “Viva el Cáncer” con que pasó a la historia otra generación de la misma ciudad. Algunos de sus vecinos hoy idolatran a Evita, reducida a un ícono inofensivo, pero detestaron a Néstor y odian a Cristina. Es un odio de clase, despreciable pero comprensible. Son expresiones de sectores minoritarios pero poderosos. Distintas, pero complementarias, son las misas hipócritas que nadie pidió y las lágrimas de cocodrilo de quienes fueron sus compañeros y lo abandonaron cuando más los necesitaba, ex gobernadores, ex ministros, diputados que siguen en las bancas a las que accedieron con los votos de CFK pero las ocupan oponiéndose a sus políticas, y hasta el vicepresidente que Kirchner sugirió para acompañarla, con su ojo infalible para detectar al postulante equivocado. No vale la pena ensuciar con sus nombres el homenaje de esta página.

Sin perder una hora, el mismo diario que en 2003 vaticinó que la presidencia de Néstor no duraría un año, emplazó ahora a Cristina a abjurar de las políticas centrales de los gobiernos de ambos, alejarse de los trabajadores y sus representantes y tender un puente para que la oposición la rodee y la anule. Ni siquiera faltó la obscena mención a Isabel Perón y al rol de Ricardo Balbín en una era remota no sólo en el tiempo, porque no hay comparación posible entre los personajes y sus circunstancias. Cristina no es una frágil mujer que busque ni acepte la conmiseración de nadie ni hay entre los líderes opositores gestos de grandeza proporcionales al vacío que deja la partida de un líder excepcional.

La espontánea manifestación que fue goteando desde el mediodía de ayer sobre la Plaza de Mayo hasta colmarla por la noche y la convocatoria de la CGT a acompañar hoy el velorio, expresaron el dolor popular por la súbita desaparición e intentaron transmitirle a la presidente toda la fuerza que necesitará para sobreponerse a la pérdida de su compañero de toda la vida. Porque a la ausencia política, que ella sentirá más que nadie, se suma el quebranto afectivo. Eran tímidos en la efusión de sus sentimientos ante terceros. Pero se miraban con una intensidad que no es común encontrar al cabo de treinta y cinco años de vida en común y hablaban con admiración uno del otro, como enamorados recientes. Para justificar que no buscaría su reelección, dijo que ella era más capaz, que profundizaría el modelo que él había iniciado en medio de las peores dificultades en 2003. Contra el escepticismo de algunos propios y la hostilidad de muchos ajenos, que instalaron primero la fantasía del doble comando y luego la mistificación del ex presidente en ejercicio, no se equivocaba. El limpió la Corte Suprema de Justicia y la cúpula castrense, que había vuelto a convertirse en partido militar. Propició la recomposición del empleo, del salario y de los ingresos de los jubilados, la reaparición de las negociaciones paritarias para discutir salarios y condiciones de trabajo. Impuso altas retenciones a las exportaciones de hidrocarburos, cereales y oleaginosas y se negó a autorizar los aumentos de servicios públicos que le pedían a gritos empresas y políticos, inclusive su vicepresidente. Así disminuyó la desocupación y la pobreza. Apoyó la nulidad de las leyes de punto final y obediencia debida lograda por la lucha de los organismos de derechos humanos, para castigar a quienes impusieron por el terror un modelo de saqueo y desnacionalización. Acabó con la intromisión del FMI, redujo a proporciones manejables el peso de la deuda externa y, junto con los presidentes de los países hermanos, afirmó una política exterior de unidad sudamericana e independencia de Estados Unidos. Jugó un rol decisivo en la conferencia presidencial de Mar del Plata donde terminó de morir el proyecto imperial de libre comercio. Kirchner decidió que la función de las fuerzas de seguridad no sería reprimir las protestas sociales, también acabó con la ley de la dictadura que ofendía y humillaba a los inmigrantes de países vecinos y luego de una trabajosa búsqueda de consensos promulgó una ley de educación respetuosa de los docentes. Ella creó un ministerio de Ciencia y Tecnología, recuperó la línea aérea de bandera y el sistema previsional que estaba en manos de comisionistas financieros, acabó con la autonomía que hizo del Banco Central un enclave extraterritorial, y puso en práctica una política de transferencia de ingresos hacia los más necesitados que es la más importante de Latinoamérica. Recogió las demandas de la coalición por una radiodifusión democrática para abrir los medios de comunicación a una pluralidad de voces e impulsó la desmonopolización de la fabricación y comercialización de papel para diarios, que sólo en la Argentina es controlada por los dos mayores diarios. Pero además eliminó del Código Penal las calumnias y las injurias en casos de interés público para que ningún periodista pueda ser ya perseguido por sus opiniones o informaciones.

En el reportaje de enero que se reproduce hoy en este diario, Kirchner explicó que las falencias de su gobierno, que reconocía, eran los principales méritos del de su esposa. Esto implica que ambos fueron responsables de los aciertos y errores de los dos mandatos. El proyecto que se desenvuelve desde 2003, es tan nítido y coherente, e involucra a tantos millones de personas, que no concluirá con la muerte de quien lo puso en movimiento. El trayecto será menos duro cuantos más y cuanto más lúcidos sean quienes acompañen a Cristina, de cuyo temple, capacidad y convicciones no hay motivos para dudar.


http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-155826-2010-10-28.html




El iluminador



Por Sandra Russo

Lo había votado, pero a regañadientes. Se votaba sin esperanza. Ni siquiera uno llamaba traición a las traiciones. Eran más bien tradiciones, parecían como las vueltas de la vida o la humedad. Me acuerdo bien del 2003. Con que se fuera Duhalde estaba bien. Llorábamos a Kosteki y Santillán. Y la lucha cotidiana, desde mi trabajo, era intentar hacer ver a los desocupados como hombres y mujeres que hacían piquetes, no como piqueteros. Era hacer ver en los cartoneros a los desesperados, no a los ladrones potenciales.

Estábamos hechos mierda. Eramos ruinas. No teníamos ni trabajo ni orgullo ni líderes. Es sorprendente cómo consiguió ese poder en las sombras, ese siniestro poder que nadie vota, ese que hoy conocemos, convencernos de que todo era más o menos lo mismo, y que era beige. Es sorprendente el daño que le hizo y le sigue haciendo a este país una generación política que no tiene retorno de la entrega irrestricta de sus convicciones.

Creíamos que era inútil esperar cambios de la política, que la política era ese deporte sin reglas que jugaban y siguen jugando tantos. Y mientras todo era lo mismo, nos iban traicionando uno por uno.

En estos años, Kirchner pasó a ser Néstor, un privilegio del lenguaje y de su cercanía, un premio a esas ideas con las que llegó a la Rosada y que llevó adelante contra toda la adversidad que eligió enfrentar. Néstor fue el primer presidente que gobernó este país defendiendo con los dientes los pilares de lo que él concibió como un proyecto nacional y popular, de génesis peronista pero de alcances más amplios, y fue también el que sabía que había que esculpir lo maravilloso sobre la arcilla mugrienta que éramos.

A Néstor le debemos el regreso triunfante y orgulloso de la política. Y si no lo escribo ahora que se murió, no estoy siendo leal con lo que creo. Néstor fue un regalo de la historia, un sobreviviente de una generación decapitada, un disidente de la lucha armada que guardó en su corazón, no obstante, durante años, los sueños de ellos, que eran los mismos que los suyos, los de su compañera y los de tantos y tantos más.

No por casualidad uno de los pilares de su proyecto era el recambio generacional y la formación de nuevos cuadros. Los que nos sacarán de encima la chatura y la ignorancia que hoy reina en el Congreso serán los nuevos dirigentes, los que hoy aparecen de a racimos en el kirchnerismo, pero es de esperar que surjan también en todas las otras fuerzas, para que alguien recoja el guante de la discusión política a la que Néstor nos invitó, y la pluralidad no sea la excusa, como es usada ahora, para asfixiar una vez más un brote de poder popular.

Desde el día en el que hizo descolgar los cuadros de los asesinos, se hizo evidente que él hacía cosas que nadie antes había hecho, y no porque era imposible, sino porque faltaba estrategia, coraje, confianza, autoridad. Le achacan autoritarismo. A la autoridad de un presidente constitucional le llamaban autoritarismo. Siempre le han llamado como quisieron a todo. Néstor nos ayudó a renombrar nuestro mundo, el del nuevo paradigma, el mundo de nuestros sueños.

Recuerdo ahora una columna que escribí justo antes de aquellas elecciones desesperanzadas del 2003, escrita en el dolor del naufragio y la amargura de comprobar que nuestra sociedad se pliega en nichos de profundo individualismo y mezquindad. Se llamaba “Imagino”, y decía que después de todo lo que uno sueña para su pueblo es una vida que incluya el trabajo, un desayuno con algo calentito y pan con miel, un techo, un cumpleaños, un regalo para el Día del Niño. Decía que ahí, en esa escena privada de cualquier argentino vulnerable, en ese movimiento de regreso a la equidad, estaba el motor de nuestros sueños.

Con Néstor descubrimos que esa escena privada que replica la felicidad de un pueblo depende del líder apropiado, pero también de una correspondencia, un intercambio de lealtad entre ese liderazgo y los sectores que representa. Hoy hay una nueva generación de militantes que se suma a militantes de otras generaciones que nunca habían encontrado una expresión política que hablara por ellos. Su entrega final quizá nos diga la importancia de lo que está en juego.

No tengo más que gratitud hacia el hombre que, como un iluminador en un cine muy oscuro, nos señaló el camino, no para hacer inevitable algún tropiezo, sino para advertirnos que sí, que hay un camino.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-155879-2010-10-29.html

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