miércoles, 19 de octubre de 2011

Caras y Caretas

Felipe Pigna

Director

La educación gratuita en todos sus niveles es una conquista inalterable de la sociedad argentina que tuvo sus jalones marcados por mucha lucha contra el oscurantismo y los sectores más retrógrados del poder. Nuestro país fue pionero con su ley 1.420 sancionada en 1884 que estableció la educación primaria, gratuita y laica en todo el país. Luego vendría la Reforma Universitaria de 1918, que logró que el gobierno de Yrigoyen convirtiera en ley sus demandas de libertad de cátedra, autonomía y cogobierno. Estos avances serían complementados con la gratuidad durante el peronismo. Nuestro pueblo sabe que no tiene que pagar por la educación más de lo que se deduce de sus impuestos y esta conciencia está instalada como un valor que ni la dictadura ni el menemismo pudieron quebrar a pesar de sus prácticas privatistas y excluyentes. Fue un logro de la sociedad argentina que aquellas medidas enunciativas se convirtieran en realidad a partir de la lucha del movimiento obrero y de las organizaciones sociales que posibilitaron el acceso real a esos derechos a partir de las mejoras de las condiciones materiales de vida. Llevó décadas que los pibes argentinos de todos los rincones accedieran efectivamente a las aulas en condiciones dignas. Esa masividad se logró recién en las décadas del 40 y del 50 con el peronismo y sus políticas activas. Aquella masividad motorizó la movilidad social y fue logrando que “m’hijo el dotor” no fuera un fenómeno de novela en la Argentina, sino una posibilidad concreta que se mantuvo durante los años 50 y 60 con el ingreso de hijos de trabajadores a las casas de altos estudios. La dictadura, con su “política de hambre a largo plazo”, como la llamó Rodolfo Walsh, y una represión feroz, fue cerrándoles las puertas a los que por ley estaban habilitados para acceder al derecho a educarse. Crecieron exponencialmente el analfabetismo y la deserción escolar, y las aulas se fueron vaciando en muchas facultades. La democracia trajo un renovado impulso inicial que se manifestó en una explosión de la matrícula entre 1984 y 1989. La crisis hizo lo suyo y las nefastas políticas recesivas de los 90 volvieron los relojes para atrás para que estudiaran los “únicos privilegiados” que, obviamente, ya no eran los niños.
En los últimos ocho años hemos vivido un inédito impulso a la educación en todos los niveles acompañado de un inédito estímulo a la ciencia y la técnica que posibilitó el regreso de miles de científicos, que habían dejado el país por falta de oportunidades. Estos logros históricos de nuestra sociedad adquieren más relevancia en el contexto regional cuando se compara nuestra situación con la de Chile, donde los estudiantes están librando una batalla histórica y decisiva por la equidad y la igualdad de oportunidades frente a un gobierno que, enceguecido por los espejos de colores del Banco Mundial y el FMI y el más crudo neoliberalismo, sostiene a través del presidente-empresario Sebastián Piñera que la educación gratuita no es justa, aplicando conceptos del marketing a la administración del país. Es muy alentador conocer que su popularidad, inicialmente muy alta, hoy está por el piso y que esto se debe a que la sociedad chilena está tomando conciencia de que no puede esperar nada bueno de alguien que se desentiende de la educación de su pueblo y que nadie se salva solo.

María Seoane

Asesora Periodística y Editorial


Este octubre 2011 ocurrirá lo inevitable. Los argentinos elegirán en las urnas a quien debe conducir los destinos del país hasta 2015. Las primarias dieron un veredicto demoledor: Cristina Fernández de Kirchner ganó con más del 50 por ciento de los votos la postulación a la Presidencia, base de su reelección. Los números indican una adhesión histórica a una dirigente que demostró que la gestión pública, la restitución de viejos o nuevos derechos ciudadanos, es la esencia de la política. Los argentinos parecen haber reconocido estas cualidades, además de vivir un momento como pocos en la historia económica, social y política de más de medio siglo. Un momento en que la libertad, el bienestar económico general y la paz son piedras angulares de esta gestión llamada kirchnerismo, algo no reducible a una gestión sino al desarrollo de lo que Ernesto Laclau llama “un movimiento único e inesperado”, y por tanto, original en su factura. Lo cierto es que el coro de tragedia con que suele sonar la oposición política, los lastres culturales del neoliberalismo, se expresaron en el sentido común de dos divas: Mirtha Legrand y Susana Giménez. Ambas reducen la adhesión de millones –más de once millones, por caso– de argentinos a que “votan con el bolsillo”, como si esa reducción a homo economicus no les correspondiera sobre todo a ellas que han hecho siempre de su profesión un negocio rentabilísimo. Millonarias de veras, que llenaron sus bolsillos, y por tenerlos llenos ya no necesitan –como los trabajadores, los empleados, los pobres– vivir de un salario digno, que es lo que la Presidenta dice discurso tras discurso. Son la raza de los propietarios (o propiotarios, como dice cierta voz popular) que ven con espanto la alegría popular. Ese sentido común lo ridiculizan muy bien en sus sketchs del programa Thelma y Nancy los cómicos cordobeses comandados por Max Dellupi: “En este país se van a terminar los pobres. ¡Y qué queda de los ricos si se terminan los pobres! ¿Quién tiene la culpa? ¿Quién la va a tener? ¡La yegua!”. Desde la tapa de los grandes medios, así como desde esas tribunas de divas satisfechas en sus cuentas corrientes se estimula, se desea, que a la economía le vaya mal. Festejan que la soja baje su cotización internacional para que entren menos divisas; festejan que para sostener la competitividad de las empresas el Banco Central inunde de dólares el mercado; festejan la fuga de divisas… Festejan porque es la única forma de sostener que su mundo feliz se ampara en que a millones no les vaya tan bien. No son tilingos. No. Expresan el sentido común interesado de las clases dominantes argentinas. Y eso, aunque lo oculten, es la principal tragedia argentina.

http://www.carasycaretas.org/2263/editorial.html

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