viernes, 23 de enero de 2009

Caripelas

Felipe Pigna

Director

al cierre de este número de Caras y Caretas estaba comenzando el debate parlamentario que debería poner fin al conflicto que tuvo preocupada y afectada a la Argentina por más de cien días. Más allá del resultado del mismo y las idas y venidas, algunas cosas quedaron a la vista. Una de ellas fue la banalización absoluta del conflicto por gran parte de los medios masivos de comunicación que nos quisieron hacer creer que lo más importante era cuántos inflables zoológicos y cuántas carpas había en el Congreso. No pocos de estos medios fogonearon el conflicto buscando más la discordia que la concordia, actuando no como medios de comunicación y reflexión, sino como correveidiles, tratando de irritar a los fácilmente irritables representantes del “campo” transmitiéndoles las declaraciones de tal o cual funcionario o militante afín al Gobierno para entonces reanudar la noria de los dimes y diretes. Durante estos interminables días se transmitió un mensaje pesimista, de “sin salida” y oportunidad histórica perdida.



Del lado del oficialismo faltó claridad y una convocatoria nítida detrás de un proyecto superador que plantee seriamente una política agropecuaria e impositiva a largo plazo que permita desacreditar que lo que está en juego es la imagen de un gobierno. No se puede seguir actuando en la coyuntura y, camino al Bicentenario, seguimos esperando las grandes políticas de Estado que permitan en los hechos que los más postergados sean la prioridad presupuestaria absoluta y que las ganancias a obtenerse en un momento de alto nivel de actividad económica industrial, con esta coyuntura internacional inmejorable y una recaudación impositiva que sigue siendo récord, sean destinadas con celeridad y transparencia a nuestra salud, nuestra educación, nuestra red ferroviaria y vial, nuestra seguridad social y a impulsar la producción estimulando a los pequeños y
medianos productores industriales y agrarios.



Para la mayoría de los medios hubo tres sectores del llamado “campo” (un colectivo tan amplio como “ciudad”) a los que no valió la pena integrar al debate: los peones rurales, las grandes empresas monopólicas de comercialización de cereales y los pools de siembra. No hubo un solo micrófono, de los tantos que se pusieron en las mismas bocas para decir las mismas cosas todos los días, que permitiera escuchar la voz de los trabajadores agrarios, los peores pagos del país, el sector laboral con mayor porcentaje de trabajadores en negro y uno de los que tiene mayor componente de trabajo infantil. Nadie se acordó de ellos, parece que “el campo” no los incluye, como “la ciudad” no incluye a los más pobres. Tampoco se escuchó a los otrora locuaces dueños de exportadoras de granos y pools de siembra a los que nadie llamó en un extraño caso de “censura” informativa. ¿O será que no querían hablar y hablan sólo cuando quieren?



Por último, y aquí una de las cosas más lamentables a 25 años de la recuperación de la democracia, algunos medios intentaron dar la imagen de caos y de dilación mostrando subjetivamente aspectos de las reuniones de las comisiones parlamentarias, sin dedicarse a explicar los mecanismos y tiempos del Poder Legislativo. Más allá de la opinión que nos merezcan algunos de sus miembros, de los que hemos sido muy críticos desde estas columnas, fundamentalmente por su peligrosa negligencia y por su evidente desconexión con sus votantes, y por tanto mandantes, se trata de uno de los poderes de la democracia y se debería tender a perfeccionarlo y no a sugerir peligrosamente su inutilidad porque no siguen el ritmo de los tiempos mediáticos.



Creemos que se puede y se debe hacer otra cosa. Desde el comienzo del conflicto, Caras y Caretas dedicó sus páginas a esclarecer, a informar sobre las características de nuestra producción agropecuaria, sobre las posibilidades de potenciar esa actividad en beneficio no de un sector sino de todos los argentinos. Por eso este número está centralmente dedicado a un tema clave que campeó –valga la expresión– discursivamente durante estos meses: la distribución de la renta. Creemos que es el gran tema, el que determina las prioridades, el que pone tan nerviosos a los que se brotan apenas escuchan hablar de la palabra “distribución” en todas sus formas. Caras y Caretas mantiene inalterable el compromiso con sus lectores de quedarse voluntariamente al margen de toda histeria mediática y de aportar todo lo que pueda desde sus páginas a la reflexión para concretar un país cada día más justo y solidario.


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María Seoane

Asesora Periodística
y Comercial

se ponen unas carpas kirchneristas en el Congreso y no se pide permiso. Macri tuvo razón en protestar. Pero su gobierno usa los colores de su partido –el amarillo– para hacer campaña política con fondos públicos –es decir dinero de todos los porteños– de lo que se hace en su gestión. A eso lo bautizó “H” (de haciendo), una denominación por lo menos desafortunada ya que la hache es la única letra muda del abecedario. Muda y también sorda, como todo el mundo sabe. Todo el tiempo parece que la ley es letra muerta para todos. En uno de sus almuerzos a Mirtha Legrand, que personifica el lugar que el extinto Bernardo Neustadt diseñó para su vecina más famosa, le pareció de mal gusto tanto carperío frente al Parlamento: pedía no sin intemperancia que se desarmaran sí o sí. El tic de los viejos tiempos está en todos: en los que de prepo montan una carpa, en los que usan dineros públicos para hacer propaganda con los colores de su partido, en las patotas ruralistas que cada tanto aprietan a gobernadores kirchneristas, en las amenazas al cantante Ignacio Copani por escribir y cantar la balada Cacerolas de teflón. Me pregunto una y otra vez qué es lo que se juega a partir del conflicto por las retenciones para que se hayan desatado tantas pasiones, iras y angustias. Me digo que estamos metidos en el núcleo del conflicto más antiguo e histórico tanto en lo político como en lo económico de la historia argentina. Ese que se debate entre el capitalismo democrático e inclusivo versus el capitalismo rentista, agrario y de especulación financiera. Un conflicto que estuvo en la base de todas las crisis del siglo XX. Que cuando estalló fue carnicero, derrocó gobiernos y acordonó a otros que no derrocó pero empujó a anticipar la entrega del poder. Ahora, veremos la verdadera prueba de fuego de la democracia que conseguimos en este último cuarto de siglo. Si se respeta aquello que vote el Congreso habremos cruzado el Rubicón. Porque no se es esclavo por someterse a la ley. Se es esclavo por violarla. Y algún día deberemos aprender que de esa violación sólo nacen monstruos.

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