jueves, 18 de febrero de 2010

ICE TEA

Todos los poderosos del mundo sabían que Haití vivía en emergencia, las frías estadísticas siempre lo ubicaban como el país más pobre de América y uno de lo más paupérrimos del mundo. Mucho antes del terremoto no había casa s, ni agua, ni trabajo y los niños eran vendidos o dados en adopción. Nadie hizo nada, incluso después de reuniones específicas sobre “el problema Haití”. Llegó el terremoto y el país olvidado pasó a las primeras planas, al obsceno primer plano donde los “muertos de segunda” pueden ser mostrados sin los resguardos legales ni las coberturas de su rostro como ocurre con los muertos del primer mundo. Los voceros de los causantes y mantenedores del desastre se quejan de que el país no estaba preparado para un catástrofe semejante, se quejan de la ausencia de hospitales y escuelas, se quejan del nivel de analfabetismo, que desde nuestra más tierna infancia supimos por encima del 70%, se quejan como turistas, ajenos. Son los representantes de los medios que ignoraron olímpicamente a Haití. Francia había hecho lo suyo en aquella tierra que fue centro de la enorme rebelión triunfante de esclavos encabezada por Toussaint L’Ouverture en 1791 que envió a sus delegados a la Asamblea de París. Allí, el ciudadano Lavasseur dijo: “Cuando se redactó la constitución de Francia, el pueblo francés no se acordó de los negros desventurados, por ese olvido la posteridad habrá de reprocharnos. Reparemos el error y proclamemos la libertad de los negros”. Por aclamación se aprueba la abolición y los delegados haitianos son llevados en andas. Pero pocos años después Napoleón vuelve todo para atrás, reestablece la esclavitud y decide ahogar en sangre a la república rebelde. Pero los haitianos se organizan y la derrota fue una verdadera humillación para los franceses que deciden aislar la zona liberada. Hace lobby para que nadie reconozca a la nueva república independiente. Los Estados Unidos todavía fuertemente esclavista veía en la “isla de los negros libres” un pésimo ejemplo para sus propios esclavos sometidos de a millones en los algodonales y tabacales del sur. Francia se vengó cobrándole a Haití una de las indemnizaciones más colosales que se recuerde: 150 millones de francos oro, según Eduardo Galeano, unos 21.700 millones de dólares actuales. Lo que siguió fue la invasión norteamericana que llegó en 1915 para quedarse hasta 1934, la explotación neocolonial salvaje, con la complicidad de la oligarquía criolla y mestiza, el saqueo de los recursos del país que quedó desforestado en más de 90% de su territorio, dictaduras como las de los Duvalier y siempre el ninguneo al pueblo de Haití, que se nos presenta como incorregible. En medio del desastre, la luz, miles de voluntarios de gran parte de América latina y el hospital argentino, el único en funcionamiento por días; y la sombra, la ni siquiera solapada invasión de los marines, de los soldados disfrazados a la Irak o Afganistán, el palabrerío de las potencias y la lentitud exasperante de la ayuda ordenada por quienes nunca estuvieron ni cerca del hambre y la necesidad extrema, aunque siempre están a la orden para convalidarlos y provocarlos.

http://www.carasycaretas.org/2243/editorial.asp

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