miércoles, 24 de marzo de 2010
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UN BANCO QUE DA BUENOS DIVIDENDOS
Gracias al trabajo del Banco Nacional de Datos Genéticos, decenas de nietos apropiados pudieron recuperar su identidad. La lucha de Abuelas permitió un importante avance en la genética mundial.
Más allá de las marchas y de los homenajes, ellas siguen buscando. Mientras nosotros trabajamos o miramos televisión, ellas siguen buscando. Desde 1977 las Abuelas de Plaza de Mayo no se han detenido un solo instante en la búsqueda de sus nietos ni en las formas y procedimientos para mejorar la posibilidad de poder identificarlos. Para que los 500 chicos a los que les arrebataron su identidad sepan quienes son. En estos 33 años encontraron a cien. La mayoría en los últimos años. Porque al principio todo era más difícil. Por aquellos años dictatoriales debían superar mil obstáculos. Desde el miedo y la indiferencia hasta la imposibilidad científica de identificar a sus nietos. Entonces no podían buscar a los niños nacidos en cautiverio. Con los pocos datos con los que contaban publicaban fotos en las paredes de los barrios donde sospechaban que estaba el chico. O caminaban por las calles mirando las caritas de los niños que podrían haber nacido cerca de 1976. A veces alguien les comentaba que una pareja de militares que no podían tener hijos aparecían con un bebé. Y ellas enviaban a estudiar el caso. Pero muchas veces, al encontrarlos, no había forma de probar a qué familia pertenecían.
Una mañana de 1979, Estela Barnes de Carlotto estaba en su casa de La Plata leyendo un artículo del diario El Día que decía que un hombre que negaba su paternidad era sometido a un examen de sangre comparativo con su presunto hijo. “Leí ‘sangre’ y ahí me iluminé. ¿Servirá la sangre de los abuelos?, me pregunté”, recuerda Carlotto. Con el recorte en la mano, Abuelas comenzó a plantearles su inquietud a varios médicos amigos. Las respuestas no eran alentadoras. Nunca se había hecho algo así. Entre 1981 y 1982 recorrieron el mundo: Inglaterra, Francia, Italia, España, Suecia, entre otros países.
Nadie encontraba una solución al dilema. En noviembre de ese año viajaron a Washington para asistir a la asamblea anual de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (Cidh), de la OEA. Allí, Isabel, la hija del fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels), Emilio Mignone, les recomendó visitar a un genetista argentino en Nueva York que podría ayudar a dilucidar el interrogante. Las Abuelas se reunieron con el doctor Víctor Penchaszadeh, quien las contactó con el Blood Center y con su director, el prestigioso hematólogo Fred Allen, quien quedó impactado con la tragedia de las Abuelas y prometió estudiar el caso. Al día siguiente volvieron a Washington para reunirse con los especialistas del programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (Aaas, según sus siglas en inglés). Enseguida se sumó Mary-Claire King, quien trabajaba en California estudiando la variación genética a nivel poblacional. Todos se pusieron a trabajar para encontrar una respuesta que permitiera hallar la abuelidad de los nietos secuestrados.
En octubre de 1983, el médico chileno Cristián Orrego (que trabajaba en el National Institute of Health) les comunicó que el tema había sido incluido en el Simposio Anual de la Aaas y que contaban con que las Abuelas expusieran su caso. Los científicos no podían entender que en la Argentina sucedieran esas cosas: “¿Abuelas buscando a sus nietos? ¿Cómo es eso?”, preguntaban. Durante el simposio, los principales genetistas del mundo empezaron a debatir una posibilidad concreta para saber los lazos de parentesco a través de distintos tipos de marcadores genéticos. Los antígenos de histocompatibilidad (HLA, según sus siglas en inglés) son moléculas proteicas que se encuentran en las membranas de todas las células y que se encargan de diferenciar lo propio de lo ajeno. Esas proteínas las produce el ADN. Todavía se estaba lejos de analizar el ADN pero ahora se podía establecer parentesco por las proteínas que produce. “Como era imposible llevar todas las muestras al exterior porque se necesitaban realizar con sangre fresca, teníamos que ver cómo hacíamos para traer los reactivos a nuestro país y empezar a tener un laboratorio de confianza para hacer acá los estudios”, aclara Carlotto.
El primer caso
Apenas comenzada la etapa democrática, el gobierno de Raúl Alfonsín creó la Conadep (Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, que ya entonces registró la apropiación de 145 chicos) e invitó a un grupo de científicos a venir a la Argentina para estudiar la posibilidad de abrir un laboratorio. Entre los científicos estaban Mary-Claire King y Clyde Snow.
El médico René Favaloro, integrante de la Conadep, sugirió que el laboratorio de los doctores Emilio Haas y Luis Verruno era ideal para hacer los análisis de histocompatibilidad en nuestro país. Pero las Abuelas descubrieron que Verruno trabajaba en el Hospital Militar y no aceptaron la recomendación de Favaloro, que entonces renunció a la Conadep.
La búsqueda del laboratorio era complicada. Pero un día las Abuelas se encontraron con el secretario de Salud de la intendencia, Teodoro Puga, quien les recomendó utilizar el Servicio de Inmunología del hospital Durand, que contaba con todos los avances tecnológicos necesarios para realizar los exámenes de histocompatibilidad y con personal capacitado. El laboratorio comenzó a funcionar en la planta baja del hospital. Se hizo un análisis de prueba entre una nieta y sus abuelos biológicos para comprobar su eficacia. La compatibilidad fue de 99,99 por ciento. El proyecto estaba en marcha.
El primer día hábil de la democracia, el 11 de diciembre de 1983, las Abuelas interpusieron una denuncia para saber si una chiquita apropiada por un policía era en realidad Paula Eva Logares. El Juzgado Federal N° 1 autorizó tomar muestras de sangre a la niña para comparar con los Logares-Grinspon. Sus apropiadores, los Lavallén, aseguraban que Paula era su hija biológica. El juez les dio a ellos también la posibilidad de demostrarlo a través del HLA. Lavallén se negó alegando violación a su intimidad. Entonces el juez aceptó la evidencia de que Paula formaba parte de la familia Logares-Grinspon, cuyo análisis ya había dado positivo. Fue la primera vez que la ciencia se puso al servicio de los niños apropiados por la dictadura militar. Esto determinó que el doctor Puga estableciera que la doctora Ana María Di Lonardo y su equipo en el hospital Durand fueran los encargados de analizar este tipo de casos. Y además Abuelas formó su primer equipo de genética encabezado por el doctor Jorge Berra, el estudiante Morris Tidball Binz y Diana Grinspon. Además, el “abuelo” Abel Madariaga se sumó al equipo encargado de completar las bases de datos de niños apropiados y de las muestras de todos los familiares. Danielle Mitterrand, esposa del presidente francés, donó la primera computadora XT que tuvo el equipo.
El 20 de febrero de 1986, el presidente Alfonsín recibió a las Abuelas, quienes le solicitaron, entre otras medidas, la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos que seguiría trabajando en el Hospital Carlos G. Durand. Alfonsín accedió, y en mayo de 1987 se convirtió en la ley 23.511 que recién se reglamentaría el 24 de mayo de 1989. El Bndg quedó a cargo de la Municipalidad de Buenos Aires, que ponía los servicios del hospital y del gobierno nacional que ponía los fondos.
“Los científicos reconocen que gracias al trabajo y la tozudez de las Abuelas creció la genética en el mundo”, afirma con orgullo Carlotto.
ADN
Mientras avanzaba el repudio a los genocidas, mientras la lucha de las Madres y Abuelas llegaba al reconocimiento internacional, también la ciencia daba pasos agigantados en el estudio del ADN, la molécula hereditaria que se transmite de padres a hijos por generaciones. Sus unidades de información se llaman genes y el 99 por ciento se encuentra en los cromosomas, en el núcleo de las células. Así surgió el análisis de compatibilidad por ADN nuclear. Sin embargo, hay dos excepciones a esta regla. Una de ellas es la herencia del ADN mitocondrial en el que el ciento por ciento de las células proviene de la madre y es una copia casi exacta de la abuela materna. Pero también, todos los hombres de una familia comparten el cromosoma y así surgieron las tres vías para determinar el parentesco por ADN.
Y con ello la posibilidad de establecer el rasgo de parentesco con una muestra bucal, un pinchacito en un dedo, una ropa interior usada o hasta con un pelo (aunque en este último caso las posibilidades de sacar ADN se reducen a un 30 por ciento). Los chicos, ya hombres adultos, comenzaron a acercarse por su cuenta a la sede de Abuelas y también a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) creada en 1992. “La creación de la Conadi fue importante porque aquellos que no querían venir a Abuelas por alguna cuestión ideológica vieron en el organismo estatal otra posibilidad de ir en busca de su identidad. En Abuelas estamos buscando a 240 chicos y en la Conadi a otros 130. Además hay que sumarles a aquellos cuyas familias no sabían que sus hijos desaparecidos estaban esperando familia. Por eso calculamos que estamos buscando a 500 niños apropiados. Nosotros hicimos una estadística hace unos años que establecía que de cada 240 personas que vienen, uno es un nieto apropiado. Por eso, gracias al trabajo de Abuelas y del Bndg ayudamos a que 160 chicos adoptados pudieran encontrar a sus familias biológicas y que en muchos casos se trataba de tráfico de niños”, explica Carlotto.
Ante semejante avance de la ciencia, la ley 23.511, que sólo hablaba de exámenes de HLA quedó obsoleta. “Los abogados de los represores aprovechaban esta situación para negarse a someterse al examen de ADN”, explica Alan Iud, jefe del equipo de legales de Abuelas. Durante la visita, en 2009, de la Cidh para conmemorar los 30 años de la famosa visita de la Comisión para recibir las denuncias por desapariciones de personas en plena dictadura militar, Abuelas y la Cidh firmaron con la presidenta Cristina Fernández un acuerdo amistoso en que la Presidenta se comprometía a presentar ante el Congreso Nacional tres proyectos de ley que permitían la renovación del Bndg, la obligatoriedad judicial del examen de ADN y la creación de una fuerza policial que se encargue específicamente de los allanamientos. En diciembre último estas leyes fueron sancionadas por el Congreso. “Hubo voces malintencionadas que insinuaron que estas leyes eran de Cristina contra alguien. Gente que no la leyó ni vino a asesorarse. Estas leyes van a ayudar a que encontremos a nuestros nietos. Este Bndg, que es el mismo de siempre pero con una nueva estructura de funcionamiento, va a mover resortes legales y científicos”, dice Carlotto.
Las 36 personas que trabajan actualmente en el Bndg tienen su continuidad laboral garantizada. En cambio, su director va a ser elegido ahora por concurso. Pasará a depender del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao. Además cambiará su ubicación física. El ministro de Planificación, Julio De Vido, que maneja los bienes inmuebles del Estado, ya se encuentra analizando cuál será la nueva sede. También se están tramitando los fondos necesarios para contar con las nuevas muestras de ADN de todas las familias que buscan a sus nietos. “Mi sueño es que un día todas las Madres dejen sus muestras de ADN”, concluye Carlotto. El proyecto estaría terminado en el segundo semestre dentro de los proyectos de conmemoración del Bicentenario de la Patria.
Fernando Amato
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